viernes, marzo 26, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (A)

A. Te vas, amor, de esta fantasía electrónica que me permite encontrarte aunque estemos lejos. Te vas, amor, de esta pantalla y esta vida que se desarrolla entre bits y bytes, sin cuerpo, donde tu imagen es consuelo insuficiente de una ausencia que no sé superar. Acaso es demasiado, pienso a veces, quererte como te quiero en el tiempo en que te quiero. Acaso sea demasiado, soñarte como te sueño en el tiempo en que te sueño. Acaso es demasiado.

Demasiado, amor, demasiado amor el que te tengo y siento y me destruye el alma cuando al fin se cumple la maldición que yo mismo eché sobre mi espíritu. Te vas, amor de esta fantasía electrónica, y en cuanto te vas empieza a dolerme la cabeza, siento en los hombros un peso enorme, me siento engañado como Hércules, castigado como Atlas, el mundo sobre mis hombros, una ligera fiebre que me trepa desde el estómago y me atenaza el corazón. Fiebre de Sísifo y su peñasco inútil, de Prometeo y su hígado perpetuo. Una fiebre que no sé describirte y que ahora mismo intento sublimar en palabras que no leerás nunca. Palabras, nada más, porque no tengo fuerza ni sitio para llorar ahora mismo, llorar cuando me he quedado sólo con la desesperanza y el miedo más irracionales e idiotas de toda mi vida. Volverás, lo sé. Volverás y coincidirán tus manos con las mías, nos besaremos otra vez sin límite y como si fuera nuestra última noche sobre la tierra. La fiebre corre de los ojos que ya no saben ni pueden llorar porque ya bastante se han gastado toda la vida, a los dedos que brincan, con velocidades increíbles, casi a la velocidad del pensamiento, brincan sobre el teclado blanco que ha servido antes para escribirte las palabras más hermosas y más honestas que jamás haya escrito un escritor mediocre, enamorado de una hermosa que para colmo tiene novio.

Te vas, amor, de este paraíso, de esta despiadada realidad de maravillas para pasar un rato, unas horas, unos minutos, así fuera un segundo, con él. Y yo no sé soportarlo sin escribirte, sin imaginarte aquí, como si de pronto te hubieses desdoblado y lo más importante se quedara conmigo, aquí, en las páginas virtuales en blanco. Me pregunto si pensarás en mí, si su tacto te será distinto después que ayer mis manos buscaron aprender cada línea de tu rostro a ojos cerrados, para hacerte mucho más que una imagen o un cuerpo, para ser capaz de reconocerte con cada fragmento de mi ser si se me va la luz como se me ha ido ahora. Se me va la luz porque te vas, amor, de este paraíso y te pierdes por instantes, minutos, horas, segundos, lo que sea, te pierdes ahí, en el único lugar donde no quiero ni puedo imaginarte porque me falta el valor.

Y es que no es la primera vez que estoy de este lado, consciente de que alguien anda allá afuera, con otro, cuando debería estar conmigo. Pero sí es la primera vez en que me duele tanto, en que me atrapa esta desesperación que sólo puedo quitarme de encima escribiendo, escribiendo que me duele, pero es un dolor dulce que casi me consuela, pues tras muchos años me creí incapaz ya de sentir algo así. Este sentimiento de pertinencia y de necesidad, lejos, lejos como tú ahora, este sentimiento de cariño honesto, de que toda honestidad no basta y que no importa lo que traiga el mundo, será incapaz de separarme de ti mientras tú no digas, basta.

No digas basta, amor, aunque te vayas ahora mismo, aunque te vayas otra vez mañana y pasado, aunque sean cada vez más los instantes que pases con él y no conmigo. No digas basta, amor. Diviértete, lo dije. Como el idiota más grande del mundo te lo dije. Diviértete. Y es que no quiero atarte, no quiero inventarnos lazos a los que no tengo derecho. Quiero que seas libre, absolutamente libre, para poder crearme desde ahí la fantasía de que un día cambiarás tu circunstancia y entonces, el mundo será menos doloroso, menos desesperado. Entonces, entonces. Pero por ahora, soy feliz con que no me digas, basta. Con que te vayas, pero vuelvas. Qué más me da que estés ahora mismo, de camino a otros brazos, ya en otros brazos, qué más me da, amor que te hayas ido, que por primera vez no pueda encontrarte ni en palabras. Qué más me da que te vayas, amor, de esta despiadada realidad virtual en que te encuentro y te tiendas con o sin nostalgias, en esa otra realidad de asientos, y charla donde ni siquiera te atreverás a pensar mi nombre, y si te atreves a pensarlo no lo dirás y si lo dices, lo dirás sin amor. Mi nombre ausente, mi nombre reducido a nada más que palabras. Mientras yo, aquí, en franca y feliz agonía, la agonía más dulce del mundo, espero y escribo, ansioso porque volverás y entonces, cuando vuelvas, serás el milagro más hermoso y sorpresivo, el cariño más inesperado e inmerecido que haya tenido en toda mi vida.

Me duele, amor, que te vayas a sus brazos. Me duele que te pierdas por un rato en la oscuridad donde no puedo ni quiero imaginarte. Me duele imaginar que lo besas en saludo y que ni siquiera el más desesperado de mis ciento por uno servirán para mantener a raya sus labios codiciosos de los tuyos. Me duele tu mano, que estará con la de él. Me duele que te abrace y no quiero pensar más porque me duele más de lo que estoy dispuesto a soportar aunque de cualquier manera lo soporte y lo imagine. Me duele amor, que te vayas a sus brazos. Pero ese dolor es dulce porque significa que te quiero como nunca más querré a nadie. Porque ya bastante milagroso es el haber despertado de la indiferencia una vez para encontrarte. Ya bastante milagroso es haber aprendido a querer después del cáncer y. Te vas, amor, y yo me quedo. Me quedo solo con tu recuerdo para morderlo con desesperanza y miedo aunque estoy seguro de que volverás. Morder tu recuerdo y no fumar, ni buscar alivio en el alcohol ni en otra cosa que pensarte allá con él, y pensarte al mismo tiempo, contra toda sensatez y buen entendimiento, pensarte aquí, después, en la madrugada de este día que se me muere en desesperación. Pensarte aquí, amor, cuando hayas vuelto y seas mi único milagro, mi única fe, el único dolor que aprecio más porque no termina.

Que no termine amor, que no termine. Sal, deja este paraíso falso de pantallas, bits y bytes para después. Reúnete con él, bésalo, ámalo si maldita sea te hace falta. Disfruta y sé feliz en cada instante en que no estás conmigo para que así cuando vuelvas, pueda yo, con la alquimia desesperada y malediciente de mi cariño, demostrarte que no hay felicidad allá, que todo se opaca cuando vuelves a mis brazos, cuando escuchas mis palabras y empiezas a creerme que te quiero. Vete amor, pero regresa, regresa siempre aunque también te vayas siempre.

He sido celoso antes, lo confieso. Y también he sido infiel. Y he sido el otro. Y he sido el uno. Pero ahora no soy ninguno de todas esas posiciones de un juego tonto donde alguien manda, alguien domina. No mi amor, aquí, en la pantalla, mi mundo está cambiando. Mi corazón duele porque va naciendo otra vez desde el principio. Si fui celoso es porque fui inseguro, porque era tonto, porque no la quise, sino a su imagen. Si fui infiel fue también por no quererla, por no querer a ninguna de las que a un tiempo etcétera. Si fui el otro con evidente desprecio del uno, o fui el uno despreciado evidentemente por el otro, fue porque muy en el fondo, qué más daba ser uno u otro cuando nada es mío ni me importa. Ahora en cambio, ni celos, ni fidelidad, ni miedos. Nada. Yo no soy, amor, sino lo que a ti te haga falta, lo que pueda en cualquier medida, por pequeña inútil inocente que sea, lo que pueda, amor hacerte feliz, hacerte sonreír.

No es que no me importe amor, me duele. Pero ese dolor es dulce y tenebroso, es como jugar ruleta rusa con el corazón en vilo y esperar que por milagro la bala coincida con el deseo que no me atrevo a confesar. Dejarte ir así, con un diviértete esta noche maldita, primera noche maldita de infinitas noches malditas que no terminarán nunca, dejarte ir así, con un diviértete, es la única forma que tengo de hacerte saber que te quiero tanto que vale más morderme el hígado y acabarme tu recuerdo que pensar siquiera en la posibilidad de que te vayas. Te quiero como eres, con todo y él, aunque me duela. Me duele, me mata aceptarlo, pero te prefiero compartida para que no te vayas nunca. A lo mejor no basto, quizá yo solo no pueda cumplirte mi promesa de hacerte feliz mientras dure el cuerpo y la fuerza. Acaso necesito ayuda y por contraste, poco a poco mi cariño te parezca más real que las palabras, la retórica o los sueños.

Te vas amor, me quedo solo. Solo por un rato para morder tu recuerdo, para luchar fuerte y con tu sonrisa en alto, contra la tentación rapaz de emborracharme, de cortarme un poco el brazo, de morderme la lengua y sacarme los ojos como Edipo. Me quedo solo amor, con los impulsos más idiotas, más dolorosos y dulces que me hayan llenado jamás el cuerpo. Porque me dueles sé cuanto te quiero. Y por eso quiero que me duela más, quiero que la náusea termine de apoderarse de mi cuerpo, que mis ojos enrojecidos suelten la primera lágrima cobarde y que la fiebre no me deje en paz toda la noche. Porque así, mientras más me duelo, más seguro estoy de que te quiero. Y acaso también tú.

Te vas amor, te perderé. Estoy cierto. Pero por lo menos esta noche volverás a mí. Y con una sonrisa borrarás mis miedos. Con unas palabras cambiaré lo que viviste esta noche lejos de mí, cerca de él, para que sea un milagro, el verdadero y único temor y temblor de toda mi vida. Mientras más profundo es el abismo, más hermosa la luz. Mientras más me duele el cuerpo, más disfruto la salud. Mientras más cruel me mates, mejor sabré vivir la vida que me das. Acábame, termina conmigo hasta la locura. Que el grito de mi dolor llene el cielo y resuene, reverbere amor, hasta que no quede sitio, espacio, hasta que lo ocupe todo. Desgráciame, amor, hasta la locura, para que así, cuando regreses, cuando cambies tu circunstancia, la cicatriz sea profunda, sea un tatuaje que no me permita olvidar, ni por descuido, que eres un milagro. Que no te merezco y me escogiste. No deje ni un instante de asombrarme porque estás aquí, porque volviste. Porque nada puedo hacer para merecerte, porque no soy mejor que otros. Y sin embargo, no dices basta. Hazme pedazos amor, para que no te quede duda de que te quiero sin final.

miércoles, marzo 10, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (7)

7. Lo dije de otro modo, pero fue lo que quise decir. Lo dije como te lo había anunciado, las mismas palabras, casi, que te dije una noche sin que tú imaginaras que detrás de todas mis palabras está tu nombre, detrás de mis esperanzas y mis miedos. Palabras que pensé y aprendí en una noche, entre un cigarro y otro, con tu rostro en frente, desde la distancia, con tu voz sin cuerpo que llenaba el vacío triste de mi departamento. Me detengo.

Durante días me detengo y nada escribo. Días largos en los que pienso una y otra vez en ese vacío de mi departamento. Días tristes en que no me cuesta entender que ya perdido en lo más profundo de la ilusión, esa vieja soledad que fue mi compañera se ha vuelto aterradora. Me doy cuenta de que no podría, a pesar de haber estado junto a ella tan tranquilo, volver al mundo o la experiencia de un enorme cuarto vacío donde sólo resuenan mis pasos y el teléfono jamás suena, volver a ver con indiferencia la computadora, los cigarros y hasta esta pluma con que ahora escribo porque tu nombre está detrás de todo, antes de todo, sinónimo de todo.

Tu nombre que al fin escribí en una banca fría de Coyoacán, con manos temblorosas y el corazón en vilo. Tu nombre que escribí junto a un te quiero que ojalá se vuelva eterno más allá de la tinta y el papel, en tu vida y en la mía. Un te quiero, Salua, que ojalá guíe mis pasos y mi pluma por un tiempo sin final. Tu nombre y un te quiero, Salua, que resumen sin dificultad el retorno de toda mi esperanza, de esa esperanza que es tanto más aterradora que la soledad porque al principio basta un poco para ser feliz y la felicidad se complica a cada instante, con cada tic del tac reloj.

La esperanza duele, la esperanza asusta. Por semanas o meses bastaba, sin que tu supieras, escribirte líneas y lineas sin intención de que llegaran hasta donde ahora han llegado. Bastaba tener la esperanza de que un día, aún por equivocación, me vieras escribir tu nombre y un te quiero. Esperanza de tu sonrisa, de tu mano en la mía. Hasta ahí llegaba mi esperanza porque no podía ni pensar en un abrazo ni en un beso. Pasaba días meditando palabras, pensándote y sólo la esperanza de escribir tu nombre y tu sonrisa me impulsaban hacia adelante en este mundo.

Y al final lo dije, y con mi esperanza cumplida murió también la paz. Corto la frase para cerrar los ojos y buscar en la memoria un camino de regreso hasta esa noche, la que bien pudo ser mi primera noche en la tierra si Dios existiese y me hubiera permitido escoger. Lo escribo y reflexiono. La primera noche en que un mensaje tuyo me invitó a verte como nunca antes te había mirado.

Fue tu culpa, lo repito. Pero fue también mi culpa. Tú llamaste y yo respondí. Emocionado y loco aceleré para llegar a ti con la misma desesperación con que uno busca el aire a medio ahogarse o al volver de un desmayo. Te miré de lejos, me acerqué con paso lento, bebiéndome con calma la imagen de tu cuerpo así, distante. Era la última vez que te vería, estaba seguro. Si me atrevía a decirte o a leerte lo que llevaba una semana de esconderte, sería la última vez que te vería. Por eso te miré con calma y me acerqué despacio. Era mi última fresa antes del abismo y de los leones, mi última alegría antes de perder el paraíso.

Esperaba decir palabras y palabras. Desesperaba de poder decir tu nombre. Esperaba, vencido de antemano, que al extinguirse mi voz dijeras que sólo son palabras y que las palabras no cambian al mundo. Esperaba partir herido para toda la vida y no volver a verte. Sabía que esperaba un adiós para siempre y que el Domingo no llegaría nunca. Y así con el mismo miedo del último paso hacia el cadalso, me acerqué a ti seguro de que sería la última vez, de que la luz estaba a punto de apagarse. Y contra toda esperanza, como en un sueño, sonreíste y me abrazaste. Por ese acto único, sencillo, pensé que acaso volvería a verte.

Me guiaba entonces, como ahora me guía, la esperanza de una revelación final, de un tiempo más allá del tiempo que me permita discernir al fin si el salto de esa noche hacia el vacío de la incertidumbre fue un salto de héroe o de idiota. Si me espera la gloria pírrica de morir luchando o sobrevivir sin gloria en el silencio de un departamento vacío, junto al teléfono que no llamará de nuevo con tu voz.

Soportamos. Ambos soportamos largo rato. Sonrío al recordarlo, al escribirlo. Soportamos horas con un café y pasos silenciosos en las calles vacías. Soportamos la distancia aún invencible entre tu mano y la mía. Fue mi culpa porque me rendí primero. Tenía que ponerle fin a tanto miedo y tantas ilusiones, escoger de una buena vez entre la luz y la tiniebla. Fue mi culpa porque necesitaba saber, igual que ahora, si eran sólo palabras o si con palabras podría romper la barrera invisible entre tu mano y la mía. La separación amarga de nuestras vidas.

Otra pausa. Un sorbo de café. Un suspiro. Y detrás de mis párpados, tu sonrisa al cerrar los ojos.

Días después me dirás que lo leí muy rápido, que había en mi voz una desesperación por terminar. Y será verdad. Dirás también que son palabras cuando yo haya terminado de leer las variaciones de un tirón, sentado junto a ti y espiando tu rostro a mi izquierda como siempre, espiando tu sonrisa y tu mirada en una noche fría y solitaria del barrio de Coyoacán. Días después te hablaré de tu sonrisa, la que se asomaba de tu boca mucho más a menudo de lo que cualquiera de mis sueños o mis esperanzas me hubiese prometido. Todo eso vendrá después. Por ahora, en este ahora que resucito con palabras y revivo mientras aún se mueva la pluma, ahora tiemblan mis manos, leo demasiado rápido para saber si al final del laberinto espera tu sonrisa o tu partida.

Ahora sonríes. Ahora se te escapa una risa nerviosa que acaso sea de emoción pero que yo siento como de condescendencia o lástima. Leo rápido y hasta el final, como quien traga una mala medicina o apura el vaso lleno en que el alcohol promete la cura del olvido. Las últimas palabras se me escapan de la boca y tu sonríes. Tengo un nudo en la garganta y tiemblo más allá de mi control. Entonces frente a ti, pero también ahora, al recordarlo y escribirlo. No te vayas, te dije, te digo ahora también, te escribo, te suplico al mismo tiempo. No te vayas sin que te haya dicho que te quiero de una vez y sin final. Silencio. Voces lejanas en la noche. Un viento frío y silencio.

Silencio.

Silencio.

No te vas. No dejas de mirarme. No te mueves. tus manos ahí, más cerca, más lejos que nunca. Te cuento mi historia, tu historia, sin decir mucho, atropelladamente. La historia es que soñé contigo y empecé a escribirte, que todo esto, cada palabra y cada variación es para ti. Falta una, dices. No sé si sonreí, pero me gusta pensar que sí. No puedo ver tu rostro, pero estoy seguro de que sonreías cuando dijiste, falta una, la sexta. Te besé la mano, tomé aliento y dije que te quiero, Salua, y aunque sé que no podemos ser felices para siempre, estoy dispuesto a dejar el cuerpo en la guerra diaria por hacerte feliz. Sonreíste. Nos abrazamos. Después dijiste:

Son palabras

(y ahí, de golpe, quise morirme)

pero las palabras son mágicas a veces,

(quise vivir, respiré de nuevo y te besé la mano)

son palabras, lo dijiste y quise que el mundo se apagara. Dijiste lo que yo pensé que dirías pero no como pensé que lo dirías, y así colmaste en un instante todos mis miedos y mis esperanzas. Así, por nuestra culpa, me arrancaste —y quisiera escribir nos arrancamos— la felicidad por el resto de la vida. Me regalaste —o nos regalamos— la certeza de buscarla cada día mientras dure el mundo o dure yo.

Nos abrazamos, caminamos más. Alguien que nos vio pasar te miró sorprendido. No queríamos separarnos. Mejor dicho, porque nada sé ni puedo saber pues falta una segunda voz, la tuya; no quería separarme de ti. Pero al fin nos despedimos, seguros de encontrarnos otra vez.

Manejé con clama. Fumé. Fui feliz. Si duermo que no despierte y si no es sueño, que no duerma otra vez. Pero tuve que acostarme y cerrar los ojos y ahí, en la oscuridad, como un demonio reptante y envidioso, mis palabras se acercaron a mi oído y abrí los ojos como desde una pesadilla, condenado a pasar la noche boca arriba, asustado como niño en la oscuridad. Yo lo dije y ahora, por primera vez lo escribo para no olvidarlo nunca. Igual que en esa noche y cada noche desde entonces, me hago trizas el corazón a mordidas cuando digo o escribo: tienes novio. Y como un demonio, enemigo acusador y honesto, mis palabras trepan y me abrazan todo el cuerpo. Colmillos venenosos ensucian mi alma cuando la serpiente blanca de mi culpa y de mi miedo grita, susurra, jura, tiene novio, justo antes de morder.

Por ahora bastan tu sonrisa y tu mano en la mía para mantener a raya la ponzoña. Pero al principio basta un poco para ser feliz y tarde o temprano ya nada es suficiente. Te pregunté por él en sueños, antes de conocerte. Ahora una serpiente blanca corre por mis venas y muerde, una y otra vez mi alma. Su veneno no puede matar a mi cariño. Pero hay cosas peores. Quizá me vuelva loco. O me mate a mí.

Te quiero, Salua, lo dije de otro modo, pero lo escribo ahora otra vez y de un modo nuevo. Te quiero, y estoy dispuesto a dejarle el cuerpo y la razón empeñadas para siempre al diablo serpiente blanca de mis venas para verte sonreír.